Citando a Sheldon, en circunstancias normales diría que te lo dije. Pero, como ya te lo he dicho con tanta vehemencia y frecuencia, la frase ha perdido todo su significado. Por lo tanto, la sustituiré por la frase, Te lo he informado así.

Jodido. Estoy jodido. ¿O al final soy gilipollas? De hecho, he despedido a una enfermera de mi equipo. Como de todas formas no hay celadores, me permito el lujo de ser exigente. Bueno, lujo. ¿Qué es un lujo? Mi vida, eso es un lujo. Mi estilo, eso es lujo. Mi estilo de vida, sí, eso es definitivamente un lujo. He trabajado duro para conseguirlo durante décadas. No exagero. Realmente soy un viejo chocho. Simplemente me he mantenido en buena forma. Al menos en lo que a eso se refiere.

Pero despedirse de un cuidador, ¿es lo que se hace?

Sí, creo que sí. Podría pasar por alto el hecho de que me lavó con desinfectante. Podía explicarle que realmente no tenía cabida en mi parquet de madera auténtica. Viví con el hecho de que, lingüísticamente, simplemente no entendía que básicamente me había puesto la mascarilla de la nariz demasiado apretada. No lo entendió ni cuando le escribí sobre ello ni cuando varios amigos hicieron un intento desesperado de comunicárselo. Tengo que vivir con el hecho de que mi nariz acababa de curarse tras semanas de irritación y ahora vuelvo a tener un decúbito en el tabique.

Bueno, eso también puede haberse debido al miserable fracaso del cambio de máscara. Es interesante. Primero te quejas de tus colegas que no volvieron a montar la máscara después de limpiarla. Luego la vuelves a montar mal. La parte de la nariz está abajo y la boca arriba. Un ciego con bastón puede ver que esto no puede funcionar. Y de nuevo te quejas de tus colegas. Esta vez te quejas de que han montado mal la máscara. Sí, ¿y ahora qué? Ya tienes que decidirte. No es que eso suponga ninguna diferencia. Tú me pusiste la máscara, deberías haberla comprobado primero. De todos modos, luego -por la razón que sea- lo desmontaste todo y empeoraste aún más las cosas. Después de 90 minutos intentando cambiar la mascarilla, durante los cuales ni siquiera te diste cuenta de que me habías puesto la mascarilla nasal en la boca en vez de en la nariz, me resigné y tuve que dormir con la mascarilla nasal puesta. O al menos lo intenté. 36 horas de mascarilla nasal, quizá no sea lo ideal.

Otras anécdotas casi suenan graciosas. Pensé que me había pateado un caballo cuando dejaste el lavavajillas en marcha a las tres de la mañana. Que, fíjate, está en la misma habitación en la que duermo. O cómo encendiste las 38 lámparas Philips HUE de mi dormitorio a las 100% el domingo a las 6 de la mañana para tender la colada.

Hablando de lavandería. Ahí se acaba todo para mí. Ya es bastante malo que siempre me pongas toda la cama bajo el agua durante los cuidados básicos, cosa que no soporto en absoluto. No, tenías que obligarme a estar desnuda y mojada en la cama durante dos horas contra mi voluntad, mientras retapizabas cómodamente todas las almohadas decorativas. Que ya habían sido recién tapizadas la noche anterior. Igual que no aceptaste de mí un "no", un "basta" o un "me hace daño", tampoco respetaste mi deseo de una manta. Se mojaría, dijiste. No te importó que me estuviera congelando.

¿La consecuencia? Cistitis. Antibióticos. Analgésicos. Muchas gracias.

Sí, a veces puedes y aparentemente debes despedir a una enfermera. Desgraciadamente. Buenas noches. Por una mejor que mis últimas noches.

image_pdfGuardar página como PDFimage_printImprimir