Desmontaje de la máscara nasal

Una vez más, uno se pregunta, ¿tiene que ser esto? ¿Otro copiar y pegar de un manual de usuario? ¿En serio?

Sí, hablo completamente en serio. Eché de mi equipo al último enfermero que intentó ponerse una mascarilla al revés. Y recibió una advertencia de su jefe. Hubo una docena de incidentes más. Uno más increíble que el otro. Pero aun así, que una enfermera de cuidados intensivos con formación se ponga la parte de la nariz en la boca y la parte de la boca en la nariz... bate récords. El hecho de que además no lo consiga hasta el final, donde incluso está el problema, es un certificado de pobreza. No debería ocurrir. No debería ocurrir. Pero ocurre. Una y otra vez. Es indeciblemente agotador, te lo aseguro.

La próxima vez que eso ocurra, saltaré por el balcón. Otra frase de la que tengo que deshacerme. Últimamente la digo con demasiada frecuencia. Además, no tiene sentido si tienes que contar con la ayuda de otra persona para hacerlo porque tú no puedes levantar el culo. Bueno, al menos aún puedo levantar otra cosa. En serio, mejor coge una máscara ahora mismo y pruébala. Mejor aún, antes de desmontar la mascarilla, por favor, póntela un segundo. Imagina que estás conectado a un respirador. Como yo. Sin ventilación, pasaría por encima del Isar en cuestión de minutos. Imagina además que el tubo que tienes en la nariz es la única fuente de aire que te ha mantenido a flote durante los últimos doce meses. Ahora intenta ponerte realmente en mi lugar en una situación que estoy a punto de describir. Una situación que se produce sin cambios al menos una vez a la semana.

Estás tumbado en la cama, con la cabeza girada hacia arriba cuando te cambias la mascarilla. Allí arriba no hay ordenador de voz ni control ocular alguno. Te sientes como el proverbial bicho en la espalda. No emites ningún sonido cuando estás tumbado así. Tus músculos abdominales, torácicos y pectorales ya no dan más de sí. ¿Todavía te sientes a gusto en mi piel? Pues imagínate ahora a la enfermera cambiándote la mascarilla. Por desgracia, todavía no se ha dado cuenta de que debería echar un vistazo a estas instrucciones. Tampoco le han enseñado nunca lo que significa tener que llevar la mascarilla toda la vida. Probablemente por eso no piensa nada, y desde luego nada malo, cuando vuelve a meter la manguera entre tu cama y sus piernas. Lo estás esperando. Sabes exactamente lo que está a punto de ocurrir. Y ahí está. El leve "clic", un sonido que ha llegado a darte miedo. Lo oyes cada vez que una enfermera descuidada tira con tanta fuerza de la manguera y la mascarilla que un trozo del codo de la mascarilla se suelta de su cierre. El aire ya no es forzado a entrar en tus pulmones con sobrepresión, sino que -lógicamente- toma el camino de menor resistencia. Y éste es ahora el camino que conduce desde la abertura del codo directamente a la libertad. En otras palabras, no puedes respirar. No puedes hacerte oír. La máquina daría la alarma, pero el ordenanza la desactiva como de costumbre sin ningún control. En su temeridad autoconvencida, supone que la alarma sigue siendo por el cambio de mascarilla. Cierra los ojos, concentrándose plenamente en bajar el cuerpo a fuego lento. Ahorra unos segundos preciosos. Sientes que llegas al punto en que la saturación de oxígeno en tu sangre empieza a descender. Mierda. Ayúdame, maldita sea. Mírame ya. Abre los malditos oídos. Lo oyes hasta el balcón, el aire yendo a todas partes menos a donde debe ir. Siempre lo mismo. Me pregunto cuántas veces tendrás que someterte a este estrés en el futuro. El flujo de tus pensamientos se ve bruscamente interrumpido por un rostro inquisitivo que te pregunta si todo va bien.

No, no lo es, imbécil. Me has destrozado la máscara porque no has vuelto a prestar atención a la manguera, imbécil. ¿Por qué tengo que explicarte esto todas las semanas? Me estoy muriendo. Haz algo al respecto. Te gustaría decírselo. Pero sólo te queda fuerza muscular para abrir los ojos y entrecerrar la nariz. ¿Le pasa algo a la mascarilla?, te pregunta. Hoy no estamos muy espabilados. Al menos ahora los dos sabéis que a la mascarilla le pasa algo. Pero, ¿qué puede ser? Y lo que es más importante, ¿cuál es la causa? Si pudieras hablar, responderías lo mismo que siempre. Pero, en lugar de eso, te miras a los ojos interrogante. Tu enfermera te pregunta cuál es el problema. La mascarilla está atascada. Tienes miedo de lo que va a ocurrir. Y ocurre. Como siempre. El remedio de la enfermera. Aprieta la mascarilla tan fuerte que duela. Ata las correas tan fuerte que te oprime la parte posterior de la garganta. Han pasado de 60 a 90 segundos. Empiezas a sentirte mareado.

Sólo eres parcialmente consciente de lo que te rodea. Te limitas a mirar fijamente la máscara antigua y esperar a que tu cuidador compruebe por fin lo que ocurre o vuelva a cambiar a la otra máscara.

Cambio de escena. Si el cuidador hubiera leído las siguientes líneas o hubiera recibido formación, te habrías ahorrado otro momento de horror. Lo ideal sería que tus cuidadores ni siquiera te tiraran de la mascarilla cada día e ignoraran y desoyeran tus constantes peticiones de atención. Pero si ocurriera, al menos sabrían cómo arreglar tu mascarilla después de que la rompieras por descuido. Una vez más te preguntas, ¿puede ser esto cierto? Sí, lo digo completamente en serio, es cierto. Escribí esta palabra un martes por la tarde de octubre de 2022. Sólo en esta semana -es decir, en 36 horas- ya he tenido que soportar tres dramas de mascarillas con tres cuidadores distintos. Y ello a pesar de que éste ha sido ya el material de crisis por excelencia con la dirección de mi servicio de asistencia durante varias semanas.

¿Otro copia y pega de un manual de usuario? Me atreveré a hacer una suposición atrevida. No te harás esa pregunta ahora que has tenido la oportunidad de ver mi punto de vista. Así que, a la carga. RTFM.

Saca las correas del armazón.

Retira el codo de la máscara presionando en el lateral del codo.
Presiona la lengüeta fijada y separa el codo de la máscara.

Saca la almohadilla de la máscara del marco.