Ahora que mi ojo derecho está mejorando, mi ojo izquierdo está ofendido porque ha tenido que hacerlo todo solo durante las últimas semanas. Y tiene este aspecto:

Ojo derecho 31.12.2024

Ojo izquierdo 1.1.2025

Además, mi oreja izquierda lleva semanas "cerrada". Y mi mundo tiene este aspecto...

Por la mañana. Esa breve fase entre los sueños y la realidad. Para muchos, el momento en que abres los ojos, respiras hondo y saludas al día. Para mí, ese momento comienza en el silencio absoluto, en la oscuridad y en un cautiverio que va mucho más allá de lo físico. Es una lucha diaria y tenaz, una oscilación entre la voluntad de liberarse y la dolorosa constatación de lo lejos que está realmente esa libertad.
Cuando los primeros rayos de luz golpean la nieve de los árboles de mi jardín, el mundo se cubre de un blanco resplandeciente. Pero esta luz, tan pura y llena de esperanza, permanece oculta para mí. Los ojos pegajosos, incrustados de secreciones, pus y los aparentemente interminables intentos de aliviarlos con enjuagues de NaCl y ungüentos medicinales son mis compañeros diarios. Es como si el mundo hubiera decidido excluirme de su vista. Y yo, atrapada tras estos párpados impenetrables, no veo nada. Sólo blanco.

El mundo que me rodea no sólo está borroso, sino también silencioso. Mi oído izquierdo lleva semanas cerrado como por una gruesa cortina. A pesar de limpiarlo y quitarle la suciedad negra, permanece mudo, sordo a los sonidos de la vida. Cuando mi cabeza, a menudo inclinada hacia el ordenador, deja de recibir sonidos, el silencio se convierte en un compañero incansable. No es el tipo de silencio que trae la paz, sino el que te recuerda lo aislado que estás.

El síndrome de enclaustramiento no es sólo una descripción médica para mí. Es una condición que alcanza su cruel clímax cada mañana. Atrapada en tu propio cuerpo, incapaz de ordenar a tus párpados que se abran o a tu oído que escuche. Es una danza entre la luz y la oscuridad, el sonido y el silencio, el movimiento y la rigidez, y yo soy el espectador de este espectáculo, no el director.

Lo peor, sin embargo, no es la limitación física. Es el conocimiento de que lo comprendes todo, lo percibes todo, lo sientes todo. Cada copo de nieve que cae silenciosamente fuera, cada arañazo de las costras de tus párpados, cada eco de los latidos de tu propio corazón en el silencio. Y, sin embargo, no puedes hacer nada. Ni una palabra, ni un sonido, ni un gesto.

El ordenador solía ser mi puerta al mundo. Hoy, es un reto que me pone al límite cada día. Las palabras que quiero teclear parecen negarse a llegar a la pantalla. Escribir se convierte en una ardua prueba de paciencia, donde cada letra es una victoria y cada línea un maratón. El mundo al que intento llegar a través de ella se siente tan cerca... y, sin embargo, permanece tan lejos.

Pero a pesar de todos estos retos, sigue habiendo una pequeña chispa de esperanza. Son los recuerdos de días pasados, el amor de la gente que me rodea y la voluntad irreprimible de seguir adelante. Sí, puede que el mundo me trague en su blancura, puede que mi cuerpo me mantenga cautiva, pero mi espíritu sigue siendo libre. Y mientras mi espíritu pueda volar, encontraré la forma de encender mi luz en esta oscuridad.